.

.

martes, 18 de febrero de 2014



Estoy acostada en mi sillón favorito, intento descansar, o al menos reposar mi cabeza y no puedo, te tengo atravesado en los párpados, si pudiera te diría que te vayas, pero no puedo, te tengo atravesado en mi garganta. Opté por encender un cigarro y ver. Veo a través de la ventana la gente pasar, mi mirada recorre esas parejas tomadas de las manos. No sé muy bien en realidad cómo me siento. He estado un poco susceptible estos días, todo me alteraba y sufría grandes tormentos al escuchar tu nombre.
Se me hace imposible olvidar cada mentira, muy a menudo me consumen, trato de recordar siempre los lindos momentos pero cuesta demasiado, ciertas cosas pesan más que ellos.
Quizás en algún momento puedo recordar como solía tomar tu mano, y sonreír a tu lado. Eras mi anestesia, la cura para todo dolor. No todo fue tan malo como lo es ahora. En algún momento llegué a sentir que me querías, o eso me hacías pensar. 
Me gustaba complementarme con vos, pasar horas y horas riéndonos hasta de nosotros mismos. Adoraba hacerte reír, no importaba que tenía que hacer para lograrlo, simplemente no me importaba.
Pienso en lo bien que me hacía verte, por más que sean minutos, eso le daba un giro de ciento ochenta grados a mi día. 
Todos mis planes eran con vos. No imaginaba el resto de mi vida sin tenerte al lado. No quería imaginarlo. Ya te había elegido, te elegí para siempre.
Me apena pensar en cómo dejaste que todo se destrozara, sin lugar a dudas hubo otras cosas que te llenaron más que todo lo que pude darte. Mi amor no bastaba, necesitabas más. Y hasta puedo jurar que te di más, más de lo que merecías.
No me importó quedarme sin nada, porque eras lo único que necesitaba. Aunque de tu parte no era así, te costaba tanto dejar cosas por mi, te costó tanto que no pudiste dejarlas.
Siempre me hablabas de igualdad, pero ¿estás seguro que había equidad entre nosotros? No quisiera entrar en detalles, ni explicarte cada una de las cosas, porque lo sabes, y aunque intentes hacer que no, sé muy bien que lo sabes, y no te gustaría aceptarlo, porque es mejor ser víctima que culpable. Entiendo que es más sencillo no arriesgar nada, ni alterar algo en tu vida, pero lo que no entiendo es qué me sorprende.. si siempre fuiste un cobarde. Y si no estás dispuesto a jugar tus cartas, tampoco te mereces que nadie lo haga por vos, ni siquiera yo estoy dispuesta a hacerlo por vos.
Tal vez somos mi ciego optimismo y yo los culpables. Tal vez sos vos y tu enferma necesidad de entregar amor y luego quitarlo.
¿Cómo podría creer que harías cosas tan malas? Me duele ver la verdad, ver lo que siempre fuiste y yo no lo notaba.
¿Le llamo amor a estar aguantando todas tus pendejadas, o qué? Es hora de cambiar aquello.
No te imaginás, cómo me queman adentro los besos que no puedo darte. Me mata saber que no fue por algo que yo busqué. Si ni siquiera podía imaginarlo.
Siempre que podía, te pedía que no me dejes sola. Pero cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas.
Siempre creé la idea de perfeción en mi cabeza, por eso me decepciono después.

No hay comentarios:

Publicar un comentario