.

.

miércoles, 7 de mayo de 2014

..



Un día te das cuenta que de manera casi indescriptible el tiempo ha pasado y seguís en el mismo lugar de siempre. Y todo lo que eso conlleva. Seguís teniéndole miedo a las despedidas y seguís sin saber si existen finales felices. Seguís esperando y desesperándote, seguís pidiendo ayuda a gritos por dentro, pero callás, seguís aprendiendo a rimar insomnio con nicotina. Las noches se convierten en jaulas y los días te matan sin pedir permiso. Un día te das cuenta de que estás tan vacío por dentro que, de solo pensarlo, te entra vértigo, y es que no has conseguido nada que te complete, no has conseguido nada ni a nadie que consiga hacerte sonreír como si el mundo no doliese. Escribís. Cerrás los ojos. Fumás. Llorás. Pensás. Dormís pocas horas. Detenés alarmas. Y te preguntás por qué y hasta cuándo. Estás tan harta. Por qué y hasta cuándo de todo: de tu vida. O de la muerte. Pero empezás a pensar que quizá sean lo mismo. La gente te mira, sonreís, simulás que todo va bien, y qué sabrán ellos de lo de adentro. Qué sabrán de tus ganas de vomitar todas esas esperanzas que han caducado y que ahora sólo te dan dolor de cabeza. Y cómo sabrán que ese brillo de tu mirada no son ilusiones, sino lágrimas que nunca aprendiste a derramar. Gritos envasados al vacío. A tu vacío. Qué pueden saber ellos de tu dolor. Y te pones una canción triste y subís el volumen. Quizá.. pensás, mañana todo sea un poco mejor. Pero no. Mañana seguiremos aquí, en el mismo lugar de siempre, como siempre, y seremos las mismas coordenadas de un mapa en el que no sabemos encontrarnos. Y así es un poquito la vida, como un concurso de a ver quién muere mejor. O más rápido. O algo parecido. Francamente no lo sé. Tengo esa sensación de que nos estamos acostumbrando demasiado a ser precipicios. A dejar que nos arrojen de él. A precipitarnos. A sonreír cuando nos disparan y a decir que no nos ha dolido. Si fingimos ser fuerte, fingimos no sentir dolor, nada nos daña ni mucho menos nos sofoca. Estamos acostumbrados a  maquillarnos, a disfrazarnos y a quedarnos muy quietos cuando queremos escapar. A que se nos queden los "te quiero" en la punta de la lengua y terminen, un día, o una noche, desangrándonos por dentro. Y así no vamos a ninguna parte. Y es que en realidad yo sólo quería decirles que lo más cerca que he estado de vivir fue aquella vez en la que, dándole las primeras caladas a mi primer cigarro, me atraganté con el humo. Y es triste que pueda llamarle vida a eso y no a todo lo demás. Y ya está. Ojalá venga alguien y nos lleve a ver mundo, a disfrutar amaneceres, o a ver camas, o a ver qué hacemos con toda esa felicidad que nos debe la esperanza. Cerrar los ojos, amigos. Yo no creo en los deseos, ¡pero a veces sería lindo hacerlo!



No hay comentarios:

Publicar un comentario